Este 2016 acaba de tener lugar por quincuagésimoquinta vez el Salone del mobile, una de las grandes citas que el diseño tiene cada año con la ciudad de Milán. Y esta era la primera vez que MOI iba a estar presente.
El Salone es un evento que trasciende el recinto ferial. Tan importante es lo que ocurre en los más de 150.000 metros cuadrados de Fiera Milano como lo que sucede Fuorisalone a lo largo y ancho de la ciudad.
Son muchos los fabricantes que engalanan sus showrooms milaneses con lo más granado de su catálogo y con las últimas novedades. Los eventos se suceden por todas partes y donde no está una celebridad presentando su último diseño hay una exclusiva fiesta o se desmenuza un gigantesco parmigiano y se riega con abundante prosecco para disfrute de quien pase por allí.
para todo esto los italianos se las pintan pardas. Esta feria marca las tendencias que regirán en el interiorismo, los colores que se usarán, los materiales que se repetirán, las formas a las que diseñadores, arquitectos e interioristas varios recurrirán una y otra vez.
Esta explosión de creatividad tradicionalmente tenía acomodo en la Zona Tortona, aunque en los últimos tiempos ha ido decayendo convirtiéndose en un ir y venir por Via Tortona de la juventud enganchada a un vaso de plástico lleno de cerveza en una mano y un trozo de pizza en la otra.
Es ahora la zona de Brera la que reúne el grueso de las actividades fuorisalone. Un buen sitio también para disfrutar del noble arte del apreitivo.
El Salone propiamente dicho es un monstruo de feria inabarcable. En Rho se reúnen más de 1300 expositores y miles y miles y miles de personas pululando entre ellos… y a eso hay que sumarle las citas bienales especializadas en cocina y baño que se alternan con las de oficina e iluminación al año siguiente.
Es conveniente hacer un planning de visitas aunque acaba haciéndose inevitable perderse por la feria y disfrutar de ciertos productos que por estos lares son difícilmente comercializables pero que cuando se ven, se tocan y se usan se entiende qué es lo que llevan detrás y que la calidad hay que pagarla.
No faltan los visitantes de ojos rasgados que cámara en mano no tienen el más mínimo pudor a la hora de fotografiar de todas las maneras posibles las piezas de los grandes fabricantes para luego replicarlas allá por oriente con una calidad ínfima.
Ver los originales y las copias es la mejor forma de entender que una lámpara copiada jamás dará la luz de una original; que una silla copiada jamás tendrá la comodidad y fiabilidad de una original; que un mueble copiado no tiene nada que ver con uno original y que el producto de calidad siempre marcará una distancia clara con sus imitadores.
En la feria se reúnen fabricantes de todo tipo. Desde los top del design que despliegan gigantescos stands a fabricantes casi desconocidos que suponen hallazgos inesperados.
En nuestros paseos nos cruzamos con gente como Bjarke Ingels, Jasper Morrison, Nani Marquina, Erwan Bouroullec (a quien nunca he distinguido realmente de Ronan), un diseñador holandés que, según nos contaban en uno de los stands, había diseñado una silla no especialmente bonita pero al parecer él se sentía muy cómodo y orgulloso en ella, Rossy de Palma (palabrita)… y es que el Salone del Mobile genera un movimiento brutal en el mundo del diseño.
Ahora las luces se apagaron y la moqueta aguardará alguna otra feria, pero en el corazón de Milán, lo que late cada año con verdadera pasión es el Salone.