– ¿Le da lo mismo proyectar una casa o un puente que diseñar una copa de vino de Oporto? ¿no se trata de desafíos distintos?
– No es tan distinto. Siempre es una cuestión de diálogo, de atención.
Para hacer una copa de vino de Oporto tengo que hablar con los enólogos, con los productores, con la industria del vidrio… para hacer un puente tengo que hablar con el ingeniero, con el equipo encargado de los problemas del tráfico…
Puede que sea más complejo, pero en esencia es lo mismo. EL trabajo de un arquitecto es un trabajo de diálogo, de atención.

En esta conversación, el arquitecto portugués Álvaro Siza da las pautas que rigen la labor del proyectista, los elementos fundamentales en los que se apoya el trabajo de diseño, desde la gran escala en la que se manipula el paisaje o la ordenación urbana hasta la mínima escala en la que se da forma a una copa de vino o a una silla.

Es en esta pequeña escala donde la labor del diseñador está más íntimamente unida al usuario, donde se torna más cercana y donde el contacto entre sujeto y objeto se hace más patente.
A lo largo de la historia –joven aún- del diseño contemporáneo han sido muchos los Grandes Maestros de la arquitectura que también han bajado a la escala mínima del diseño industrial.
Usualmente como complemento a su obra arquitectónica, si bien en no pocas ocasiones esta faceta eclipsó su labor constructiva.
Así, durante mucho tiempo los diseños de Arne Jacobsen de mobiliario (¿Quién no conoce el Egg, el Swan o las sillas de la Serie 7 o la Ant?) o de los diversos objetos que creó (comercializados hoy en día principalmente por Stelton) le hicieron más conocido que sus sobresalientes obras de arquitectura.

Más acusado es el caso de Charles y Ray Eames. El matrimonio norteamericano dejó para la historia algunas de las piezas de diseño industrial más representativas de la contemporaneidad del siglo XX: la colección de sillas Alumimium Group, la Long Chair, the Chaise; piezas cinematográficas como el cortometraje Powers of ten, juguetes, trabajos gráficos, diseños textiles, fotografías… forman parte de la memoria colectiva y a pesar de tener en muchos casos más de medio siglo de edad mantienen intacto su carácter moderno y actual y que han hecho que su labor como arquitectos haya quedado en un segundo plano a pesar de haber proyectado interesantísimas piezas como la Eames House.

 

El adentrarse en el mundo del diseño de mobiliario es una aventura apasionante en la que muchos arquitectos se involucran más incluso –o al menos con más fortuna- que en el propio proyecto de arquitectura.
Algunos de ellos como Patricia Urquiola o Jorge Pensi dejando por completo la disciplina del proyecto y otros como Oscar Tusquets compaginando diseño y arquitectura, pueden ser ejemplos cercanos y actuales, pero repasando un poco más atentamente, encontramos que muchos de los grandes diseñadores contemporáneos provienen de la arquitectura: los ya mencionados Eames, Achille Castiglioni, George Nelson, Ron Arad, Verner Panton, Mario Bellini, Antonio Citterio, Philippe Starck son buena muestra de ello.

Arquitectura y mobiliario forman un conjunto indisoluble. La primera pocas veces se utiliza desnuda. El segundo siempre se ubica en un entorno arquitectónico sirviendo de escala intermedia entre el ser humano y la obra construida.

Podría elaborarse un estudio que relacione la obra de los principales arquitectos del siglo XX con sus diseños industriales. Resulta sorprendente – o tal vez no tanto- cómo se asemejan sus proyectos arquitectónicos con sus diseños de mobiliario. Como es posible crear con un mismo método una butaca o un aeropuerto.

Gente como Rennie Mackintosh, Frank Lloyd Wright, Marcel Breuer, Jean Prouvé, Le Corbusier, Mies Van der Rohe, Gerrit Rietveld, Arne Jacobsen, Eero Saarinen, Frank O. Gehry, Alvaro Siza… todos ellos sospechosos de ser o haber sido en algún momento grandes arquitectos son o han sido también grandes diseñadores.